“El corazón tiene sus razones, que la razón desconoce”
Blaise Pascal
Dedicado a mi amiga Marjorie.Freer
Por: Jorge.Vega
Lo recuerdo como si fuera ayer, era la persona ideal, de esas que nadie, absolutamente nadie te dice que te conviene y que todos quieren, de una u otra manera, apartar de tu vida.
Amargados, casados con el trabajo, soñadores, locos, sexólogos, suavecitos, emproblemados, cansados, amantes de las fiestas y del licor, obsesionados con el peso, psicólogos y uno que otro fracasado, así más o menos estaba compuesta mi lista de amigos, variando un poco en su dosis de machismo, feminismo, yoquepierdismo e intelecto.
Apartarme de mi chico, si claro, eso sin duda alguna sería igual a no permitirme, por lo menos una vez en la vida, conocer la felicidad de pareja.
Estaba convencida que él era la persona indicada, la persona que tanto había esperado y eso que “el tren” ya me había dejado hace unos 5 años atrás.
Pues sí, esta era la persona ideal, no mi príncipe azul ni nada de cuentos, era una persona de verdad, todo un caballero, amable, súper sociable y trabajador, además de agraciado e inteligente, era un combo completo, y en definitiva, era la persona con la que quería casarme y vivir juntos, como manda la iglesia, y eso me propuse como plan de vida matrimonial, estar juntos, hasta que la muerte nos separara. Sí señor.
Lo conocí en un centro comercial de la ciudad, él buscaba empleo y le propuse visitar la empresa para la cual yo laboraba. Le pedí su número telefónico y su nombre, pero hice todo de manera profesional, claro está, lo hice así por dos cosas; primero para que no pensara que estaba “necesitada” y la otra, porque quería demostrarle que mi interés era estrictamente “profesional”.
Asistió a la entrevista que le preparé y como era una persona bastante inteligente, logró sin más, ingresar a la empresa. Trabajaríamos en la misma compañía, pero en diferentes cargos. ¡Listo!, una de las partes ya estaba concluida, él ya estaba en mi terreno.
Hacer que se enamorara de mí fue tarea fácil, yo era una mujer agraciada, de reconocida inteligencia, con un próspero futuro y además, la persona que le había ayudado a encontrar un trabajo.
Sergio resultó ser un buen novio y sobre todo, un excelente amante, así lo demostró durante los casi 7 meses de nuestro maravilloso noviazgo. Pasado ese tiempo, decidimos dar el siguiente paso: ¡casarse!, esa era la palabra mágica, casarse, era para mí, llegar a la cúspide de nuestro amor, era jurarnos amor eterno ante Dios y ante los hombres, era demostrarle a la sociedad que estaban equivocados, que el “tren” no me había dejado, era permitirme ser feliz, era compartir con la persona que me había robado el corazón, en fin él era mi felicidad, y pues casarme, casarme con él, era ponerle el sello de la eternidad.
A pesar de entendernos bastante bien, la idea de casarse le pareció un poco descabellada, pensó que era demasiado pronto y que él necesitaba crecer más profesionalmente y divertirse un poco más.
Pensaba que al casarse perdería su libertad, pero no era así, yo tenía todo perfectamente planeado, seríamos felices, él mantendría su libertad y en nuestro matrimonio no habría cabida para las tristeza, engaños y peleas, todo sería paz y amor entre los dos y luego entre los hijos que íbamos a tener, iban a ser dos niños; Silvia, así se llamaría la niña y Jorge el varoncito.
Con un poco de esfuerzo y con la promoción de un nuevo cargo, Sergio decidió ser feliz conmigo a través del sagrado acto del matrimonio.
¡Qué emocionada estaba!
Me sentía la persona más dichosa del mundo, estaba ahí, no me lo podía creer, estaba a las puertas del altar, y todos mis maravillosos amigos que tanto amo y estimo me acompañaban en esa ocasión tan especial para mí.
Recuerdo perfectamente las palabras de mi padre al decir: “Estelí, te deseo toda la felicidad del mundo, te quiero mucho hija!”, seguidas de las bendiciones de mi madre, el padre de la iglesia, mis amigos y conocidos, fue un día lleno de bendiciones. En definitiva, me sentía la persona más feliz de este mundo.
Dicen que la felicidad, para bien o para mal, no es eterna, que son simplemente pequeños momentos de la vida, que deben ser apreciados en esos intervalos puntuales y que deben ser vividos con intensidad. A decir verdad, poco creía en la infelicidad, me resultaba una palabra ajena.
Con el pasar de los años y al ver cómo nuestra relación estaba cambiando, y ante las constantes advertencias de familiares, amigos y colegas de trabajo, descubrí que a los seres humanos no nos importan mucho los consejos que no son solicitados, tenemos una seductora necesidad de vivir las experiencias en carne propia, y ante cualquier ataque tenemos una estrategia de defensa, la mía era decir “El corazón tiene sus razones, que la razón desconoce” de Blaise Pascal y me funcionaba.
Eso me decía a mi misma ante cualquier ofensiva, y es que no estaba inventando nada, era real, yo estaba muy enamorada y no necesitaba que los demás aceptaran mi decisión de continuar con él.
Lastimosamente, Sergio no resultó ser la persona que yo creí conocer, o quizás me emocioné mucho al conocerlo y puse demasiadas expectativas en él, él era para mí la pieza que me hacía falta para ser feliz, pero honestamente, nunca me pregunté si yo era para él, igual de importante o significativa. Grave error.
Luego del período de enamoramiento y ya oficialmente casados, él no lograba, por alguna razón, adaptarse a mi plan de felicidad matrimonial, era un plan perfecto, del cual él se sentía completamente ajeno.
Contra todo pronóstico, cumplimos nuestro primer año de matrimonio, luego de esa fecha, él se volvió más hostil conmigo, recuerdo que una vez llegó incluso a golpearme, pero no quiero parecer exagerada, me golpeó es verdad, pero lo normal, nada como para hacer un escándalo innecesario, como el de esas mujeres tontas que son medio golpeadas como escarmiento por alguna falta, y hacen un escándalo en la policía, ridículas que sólo buscan un poco de fama en la tele o los diarios.
Yo nunca busqué ese tipo de fama, simplemente siento que nunca la necesité, fui feliz y cumplí con el sagrado mandamiento de la iglesia. Si señor.
Sergio y yo estuvimos felizmente casados, o simplemente casados, durante casi 5 años, hasta que la muerte, mí muerte, nos separó.