Por: Jorge Vega
Nacer en un país como
Nicaragua tiene, aunque no lo crean, muchas ventajas, pero no quiero hablar de
eso en esta ocasión sino de una de las grandes des-ventajas, así con guión,
porque para algunos puede que sea una ventaja, pero para mí no lo es. Veamos.
Tengo un poco más de 25 años y hoy, por primera vez en mi vida, pelé un melón,
increíble, esa fruta tan común que he comido una y mil veces en ensalada de
frutas, o sin nada más o bien que he bebido en fresco de melón con naranja. Es
increíble, pero no sabía incluso cómo pelarlo, no sabía si se tenía que partir
por la mitad y luego quitar la cáscara o si se podía pelar como las naranjas
que se les quita la cáscara y luego se parten por la mitad para extraer su
jugo, pero el melón era algo grande y realmente no tenía idea de cómo pelarlo y
de si lo estaba haciendo bien.
En Nicaragua la cocina es
un lugar “privilegiado” por no decir obligatorio para las mujeres, los hombres
pueden entrar para probar algo de lo que se está cocinando, pero no pueden meter
cuchara o dar opinión al respecto, sólo pueden emitir un juicio cuando están
comiendo y decir que le hizo falta sal o que quedó muy salado o que el arroz
quedó muy duro o cosas de ese estilo, o tratándose de restaurantes uno puede
tener un juicio un poco más “a la altura” y decir que la carne no quedó muy
cocida o que a la ensalada le hizo falta tal o tal salsa.
Pues sí, en nuestro país
que un hombre cocine se ve mal, a no ser que haya estudiado cocina y sea chef o
ayudante de cocina. En estas tierras se conservan tradiciones de nuestros
orígenes, tradiciones que son muy cuestionables. Si un niño quiere ayudar en la
cocina y hacer cosas básicas como cortar tomates para una ensalada, se le puede
catalogar como un niño “diferente”, por diferente se entenderá que tiene otras
preferencias afectivas-sexuales. Así de atrasados estamos por estos lados.
Incluso personas como yo
que de cierto modo estamos en contra de esas teorías, no somos capaces de pelar
un simple melón. Recuerdo que hace un par de años mi mamá estaba algo enferma y
me pidió que cociera unos plátanos verdes, la tarea era simple, sólo se tenía
que quitar la cáscara de los plátanos y yo había visto hacer eso mil veces a mi
mamá, así que pensé que era lo más simple del mundo, entonces agarré el
cuchillo y agarré el primer plátano verde y …sorpresa! No sabía cómo quitarle
la cáscara, entonces lo hice como si se tratara de una papa a la que se le va
quitando parte por parte hasta que uno deja desnuda a la verdura. Pero resulta
que había otra forma en la que con dos cortes, más o menos, uno puede dejar el
plátano sin cáscara y de una forma muy simple, pero como ignoraba cómo hacer
eso, pues recurrí a lo que conocía.
Muchos de nosotros hemos
tenido que aprender a cocinar cuando nos ha tocado estar fuera de nuestra casa
materna. Tengo una licenciatura en Administración Turística y Hotelera y tuve
clases de A&B (Alimentos y Bebidas) y nos tocó aprender a elaborar ciertos
alimentos y bebidas y eso despertó en mi la curiosidad por la cocina, pero esa
curiosidad se fue apagando poco a poco, porque eran mínimos los momentos en que
me tocaba o me toca elaborar algo para comer, normalmente lo compro ya cocinado
o hay una mujer, ya sea mi mamá, tía, alguna amiga o ahora mi tía por parte de
padre, que tiene algo preparado para mí. Entonces no tengo la necesidad de
preparar mis alimentos.
Recuerdo que hace unos 13
años, cuando trabajaba con la Cruz Roja Canadiense y Cruz Roja de la Juventud,
nos tocó hacer un curso de sobrevivencia y en esa ocasión nos fuimos a un
Departamento del Norte nica y ahí nos tocó hacer todo; construir las champas
(tiendas de campaña) en donde íbamos a pasar la semana, teníamos que rozar
(quitar la hierba con un machete), hacer hoyos para construir las letrinas
(escusados) o “baños” y también hacer la comida. Éramos chavalos y chavalas con
todas esas obligaciones, entonces hacíamos grupos o brigadas que se encargaban
de determinadas tareas, las tareas variaban para que pudiéramos experimentar un
poco de todo y como el tercer día creo, nos tocó a un grupo de compañeros y a
mí preparar la comida. El menú no era nada “extraordinario” de hecho era lo
mismo que habíamos comido anteriormente y según descubrí sería lo mismo que
comeríamos el resto de la semana. El menú del almuerzo era: arroz, huevo frito
con tomate y plátano verde cocido y un vaso de chicha sin hielo, porque no
teníamos hielo. Ahí estaba la brigada que iba a realizar el “delicioso” manjar.
Curiosamente en esta ocasión, creo que para ponernos a prueba, todos éramos
hombres y como se imaginaran, ninguno sabía cocinar. Teníamos el arroz crudo,
huevo crudo, plátanos crudos, tomates crudos.
La primera “oportunidad” de hacer
comida y no era solo para una persona o para dos, no, era para casi 100
brigadistas! No recuerdo quién hizo la división, quién dijo quién iba a hacer
qué, lo que sí sé es que a mi grupo y a mí nos tocó hacer el arroz. No debía
ser nada difícil, empezamos y pusimos la paila en el fuego de leña que habíamos
hecho. Después le pusimos el aceite y le agregamos las, no sé si, 30 ó 40
libras de arroz, cuando ya estaba medio tostado le agregamos agua y ahí empezó
el martirio, cuando se secó la primera vez quedó muy duro, demasiado duro,
entonces le agregamos otro balde de agua y lo tapamos y cuando se secó, lo
probamos y seguía duro, entonces le agregamos dos baldes de agua más y ahora sí
tardó en secar, “mucho mejor!” pensamos nosotros, porque así iba a quedar bien
suave el arroz, pues sí, quedó suave, pero demasiado para nuestro gusto, quedó
como arroz aguado y para más desgracia, sin sal, sin nada de gusto, pero como
no se podía desperdiciar y estábamos en un curso de supervivencia pues nos lo
tuvimos que comer, nosotros y los demás compañeros. Afortunadamente los huevos
fritos y plátanos cocidos no habían
corrido la misma suerte que la del arroz. La chicha nos la bebimos simple, porque
no había azúcar. Mi primer fresco de chicha simple, sin azúcar y sin hielo.
Acabo de terminar de leer
el libro “Como agua para chocolate”
de Laura Esquivel y cada capítulo se inicia con la preparación de algo de comer
y acabo también de pelar el melón para el fresco de melón con naranja y eso me
dio ganas de escribir sobre mi experiencia con la cocina que espero, en el
futuro, pueda ser más amistosa, digna de contar y que deje un buen sabor de
boca. Por el momento me conformo con hacer papas fritas, pasta, ensalada o
esperar a que una mujer me diga: Jorge, ya está lista la comida. ¡Buen
provecho!
Dibujo extraído de: http://blog.pucp.edu.pe/category/6847/blog/2464