Jorge Vega
Si se parte de la idea que movimiento es desplazarse de un punto A hacia un punto B, y que para que esto ocurra el cuerpo humano deba realizar dicha acción en conjunto con su alma, definitivamente que este día yo estaría en graves problemas. Pues sí, mi cuerpo está realizando todos los actos que debe hacer, no tanto así mi alma. O quizás mi alma si está despierta, pero no la parte que normalmente conozco, este día es la parte que menos conozco de mí, quien está despierta e intenta gobernar mis pensamientos, mis movimientos, mi habla, mi escribir, mi ver, mi creer, mi sentir, en fin mi ser.
Desconozco a todos a mi alrededor, no es que no les conozco el rostro, simplemente, desconozco quiénes son en su totalidad, la ambigüedad de sus mundos y sus historias. Me avergüenzo de tanta sinceridad, pero es mi objetiva verdad. Verdad que seguramente desconoceré cuando vuelva a despertar y tenga que ponerme el antifaz de la diplomacia humana, que te obliga a decir lo contrario a lo que pensás.
A tan sólo unos minutos del desenfado total, la otra parta del alma o del ser, en su gran agonía, rechaza y trata de imponerse ante la militancia sin desmedida de la parte intrusa que pretende ser reconocida como nueva gobernadora y señora. O quizás me equivoco, y la parte que pienso que es la intrusa, tan sólo está reclamando el territorio que le corresponde y que le ha sido arrebatado tiempo atrás. Todo es un perfecto enredo, es como un escenario lleno de neblina, en donde nada es lo que uno cuerdamente podría pensar que es.
Qué pesar siento por ambas partes del alma, son como siamesas que están obligadas a permanecer juntas, pero sólo una de sus partes es la que se desarrolla en su máxima totalidad y esta parte “viva” es la única reconocida, así que a la otra parte no le queda más remedio que adormecerse, pero aprovecha estos escenarios de desequilibrio cuerpo- alma, para recordarnos su existencia.