Por: Jorge Vega
He leído
cuentos sobre circos que van a los pueblos y al leerlos recuerdo fácilmente mi
niñez, porque a pesar de haber nacido en la capital, me crié en un pueblo que
en algún tiempo fue pobre y pequeño, después de unos años se le fue uno de los
males: ser pequeño, pero aún nos queda el primero.
Cada pueblo
tiene su origen, supongo que algunos más interesantes que otros, el mío no
puede pasar desapercibido porque se desarrolló en extensión gracias a los
terremotos que sacudieron la que entonces era, según me cuentan, una de las
capitales más prósperas de la región.
Recuerdo
perfectamente los primeros circos que visité; ninguno tenía carpa y todos los
presentes nos volvíamos “artistas del equilibrio” maniobrando en las bancas para
sentarse y tratar de no caer.
Como en
todo circo, pienso, las atracciones siempre eran los animales, creo que sin
importar si se trata de un pueblo pequeño y pobre o grande y próspero, los
animales siempre juegan un papel importante, nos permiten “entrar” en su mundo
y que ellos, gracias a su domador, entren al nuestro, aunque definitivamente quienes
salimos ganando somos nosotros, porque tenemos diversión y seguimos siendo
libres, en cambio ellos pierden su libertad y pasan a obedecer para comer.
“¡¡¡Sean todos bienvenidos al circo…en esta ciudad no hay diversión
para niños, qué alegre que ya está aquí el circo, para alegrar a los niños!!!”
anunciaba alegremente el presentador de la noche, lo curioso de la “diversión
para niños” es que empezó con una danza de 5 mujeres en traje de baño, quizás
la idea era despertar a los pequeños que ya siento tan tarde, como las 8 de la
noche, empezaban a presentar muestras de cansancio.
Seguramente
es por la edad, tengo más de 25 años o bien por la costumbre de ver casi siempre
los mismos números artísticos que no
sentí la emoción que sentía antes, pensé que era sólo yo, pero al ver a las
demás personas “mayores” descubrí que les costaba mucho trabajo estar ahí, pienso
que lo hacían por sus hijos o familiares menores de edad quienes sí estaban muy
entusiasmados.
Llegado el
momento de las risas, risas y más risas, hicieron aparición los payasos,
quienes empezaron un diálogo haciendo referencia a situaciones sexuales “ocultas”,
por ejemplo cuando un payaso le pide la argolla, en sentido de un anillo, a
otro payaso, sólo que para nosotros esa palabra es de doble sentido, a pesar de
eso la gran mayoría se mostró muy complaciente y todos sin distinción soltaban
las carcajadas, adultos y niños, en esos momentos me puse a pensar que esos
mismos chistes que ahora me chocaban por su contenido sexual, seguramente
fueron los mismos que escuchaba cuando era niño, pero por el poder de la
inocencia dejé pasar y reí como los demás niños presentes bajo la carpa.
No recuerdo
mucho los números artísticos que vi, lo que sí recuerdo es que después de cada
dos artistas, había una muchacha en un diminuto traje y que salía a bailar y la
manera de realizar el baile no estaba, honestamente, dedicada a un público
infantil. Seguramente esto debe hacerse para mantener la atención de los
adultos.
No digo que
todos los circos sean igual al que visité hace unos días en mi pueblo y tampoco
que se parezcan a aquéllos que visité durante mi infancia, hay circos de mucha
y buena calidad, lo triste es que a nosotros, en nuestro pueblo, nos toque
presenciar este tipo de “diversión”, que cada vez pienso más, definitivamente no
es para niños.