Jorge Vega
Domingo por la noche, el pueblo luce a oscuras, no hay muchas personas ni
en las calles ni en el parque, esta situación no es habitual, este pueblo no
tiene mucha actividad nocturna durante la semana, pero el fin de semana y en
especial los domingos, los más jóvenes visitan el parque, los
menos jóvenes visitan las iglesias, y otros que no saben decidirse entre la
iglesia y el parque, optan por visitar los bares.
Juan Carlos forma parte de ese creciente grupo de jóvenes que en lugar de
visitar la iglesia o el parque, prefieren “dar una vuelta”, como se acostumbra
decir por estos lados, “dar una vuelta” tiene una connotación libre, ya que la
persona puede hacer diferente tipo de cosas en el transcurso de su “vuelta”,
entonces, puede iniciar en la casa de un amigo, luego reunirse con otros amigos
en el parque y conversar, para luego refrescarse en un ambiente musicalizado.
Pero esta noche no es parecida a las demás, no señor, un ligero aire fúnebre,
como de muerte rodea la ciudad. Juan Carlos ya llamó por teléfono a dos de sus
tres amigos y ninguno le ha contestado, a pesar de eso, sale de su casa y dice:
“ya vengo, voy a dar una vuelta”, transita por las calles vacías, llega al
parque que luce desolado, y ahí reconoce a dos de sus amigos que hablan muy muy
bajo, como si no quisieran que nadie los escuchara. Juan Carlos se les acerca y
los saluda, los jóvenes que eran sus amigos desde hace muchos años no lo
reconocen, o hacen como si nunca lo hubieran visto y continúan su plática. Juan
Carlos piensa que se trata de una broma y los vuelve a saludar, no obtiene respuesta
alguna y entonces bien enfurecido decide avanzar su caminar y lo hace sin
detenerse, avanza muy muy apresuradamente y cuando al fin se detiene está justo
frente a ese lugar tan aterrador, pero a la misma vez tan encantador, tan
misterioso, tan llamativo, el bar de los
hombres solos, ese no es su verdadero nombre, simplemente que es así
conocido porque nunca hay mujeres, no se les permite entrar. Es un bar muy muy
violento, en donde, según la leyenda urbana del pueblo se puede entrar, pero
nunca más se vuelve a salir.
Un ligero aire fúnebre, como de muerte rodea la ciudad, un ligero aire fúnebre,
como de muerte rodeaba la ciudad, un ligero aire fúnebre, como de muerte se
sentía aquella noche en el bar. Un ligero aire fúnebre, como de muerte, desdichadamente,
tuvo que confirmar que la leyenda urbana del pueblo, ¡era real!