Por: Jorge Vega
Foto de: mi pobre angelito.
Siempre que se
empieza a hacer algo nuevo, distinto a lo que uno está acostumbrado, pasan
cosas imposibles de olvidar. A todos nos ha pasado en nuestras primeras
experiencias educativas y profesionales batallar contra situaciones, momentos
que uno no esperaba y esas experiencias forman parte, indiscutiblemente, de
nuestra historia personal.
Quiero compartir
con Ustedes la historia de la caja perdida….
Hace unos años a mi
regreso de Francia y en búsqueda de una experiencia profesional diferente a la enseñanza
(había ensenado español en Francia) y examinando algo que me permitiera
aprender más en un área diferente, tuve la oportunidad de trabajar en una
tienda de libros que en ese entonces, era toda una novedad en Managua.
La tienda en
mención tenía y tiene aún, uno de los
ambientes más interesantes de la capital, tiene su propia cafetería dentro,
sillones súper confortables, buen ambiente musical, excelente y mus variada
bibliografía en fin todo era perfecto, pero como era un negocio nuevo, el
personal también lo era. Muchos de nosotros no teníamos la gran experiencia en
lo que era ventas, el requisito máxime era que uno tuviera cierto grado de
cultura general, una cierta dosis de interés por la lectura y ganas de vender.
Mi papel consistía
en hacer la promoción de los libros y una de las ideas era hacer un boletín, no
recuerdo si quincenal o mensual, con información de las novedades, con pequeñas
sinopsis, imágenes, en fin el trabajo habitual de marketing.
Como estábamos empezando
y había que hacer presencia en eventos para darnos a conocer, es que un buen
día nos damos cuenta que va a haber un festival de poesía en Granada. Todos
estábamos súper entusiasmados, porque esa actividad nos caía como anillo al
dedo, ya nos imaginábamos todo el público al que íbamos a llegar directa e
indirectamente.
Pues nos pusimos
manos a la obra, a decidir qué tipo de material se podía llevar, ver qué tipo
de descuentos se podían ofrecer, organizar el traslado de los libros y del
personal, almuerzos, uniforme y también la …..tan ta ta tan!!!….caja para
guardar el dinero.
Confieso que jamás
pensé que el trabajo en ese festival iba a ser tan duro. El día en cuestión,
estábamos dos personas; mi colega y yo y había mucha gente. Nuestro trabajo era:
atender a los clientes, hacer la promoción de los libros, observar que ningún
oportunista tomara ningún libro y se lo llevara sin pagar, ordenar el stand,
poner libros en los espacios vacíos y así hubiera pasado el día y hubiera sido
un día normal, habitual, sin novedad a no ser por un pequeño-gran descuido de
dos vendedores muy motivados con la venta de libros, pero quizás no tan
cuidadosos o protectores de un objeto que, hoy por hoy entiendo, tenía que
haber sido considerado como el centro de nuestro universo en ese espacio.
No recuerdo quién
llegó a hacer una compra y se le atendió de la manera más amena posible y
cuando iba a realizar su pago, justo en ese momento, de un momento a otro, la sonrisa se nos apagó
a ambos vendedores, ya se imaginaran a lo que me refiero, pues si, es eso que
se imaginan, la caja había desaparecido por completo, no había dejado tan
siquiera un pequeño rastro de su partida, se había ido, o mejor dicho alguien
la había tomado y con ella se había ido nuestra tranquilidad y había venido una
enorme ola de incertidumbre. ¿Qué iba a pasar ahora?, ¿Íbamos a conservar
nuestro trabajo?, ¿Qué iba pensar el jefe de nosotros? , ¿Cómo se había
perdido? , ¿En qué momento alguien la tomó? En fin más dudas e incertidumbres
que respuestas.
Se dio aviso a los
policías, llamamos al jefe y se realizó la investigación pertinente, pero
lamentablemente la caja no apareció. Por la noche regresamos a Managua y en el
camino más que interesarnos por saber qué iba a pasar con nosotros, lo que
realmente nos importaba saber era cómo nos había pasado eso.
El jefe, muy
inteligentemente, entendió que no se podía tener a dos personas atendiendo el
stand, haciendo todas las actividades y además ocuparse del dinero y al día
siguiente envió a alguien para que se encargara exclusivamente del dinero.
Mejor idea no se le pudo haber ocurrido.
Creo que tanto para
el jefe como para nosotros, fue una experiencia por la que no nos hubiera
gustado tener que pasar, pero al final nos permitió entender que en ese tipo de
ferias hay que ser lo más cuidadoso posible y que pase lo que pase, hay que
tener los ojos bien puestos sobre la caja!