Jorge
Vega l
Yo
empecé a trabajar bastante joven. Empecé a hacerlo y a ganar plata
cuando estaba en 5to año de secundaria. Como mi papá se murió bien
joven y pues a mis hermanos mayores y a mi mamá les tocó trabajar
para cubrir los gastos de la casa, sentí esas ganas de poder pagarme
las cosas por mí mismo.
Estudiaba
por la tarde y trabajaba por la mañana. Como había empezado a ser
parte del grupo de la Cruz Roja de la Juventud y como muchos
de los voluntarios de la Cruz Roja trabajaban en la Fundación Mejía
Godoy, yo también pude empezar a hacerlo.
Nuestro
trabajo consistía en ir a casa a casa en las zonas más
desfavorecidas de la ciudad para hacer un censo (listado de la
población), brindar información sobre salud, planificación
familiar, dar ciertos consejos para temas sobre violencia de género
entre otros tópicos que trabajaba la Fundación. Las respuestas que
nosotros brindábamos no salían de la “nada”, era el resultado
de las capacitaciones que teníamos que recibir con el equipo de
Coordinadores.
El
trabajo era interesante, pero de lo que quiero hablar esta vez es de
una situación que me pasó y que me gusta mucho contar cuando puedo,
pero que no había escrito.
Imagen con carácter ilustrativo. |
Una
vez estaba en una de las casas, bastante humilde la verdad, la gran
mayoría eran así, y en esa casa estaba una señora bastante
mayor-como de unos 80 y pico de años- y estaban como 20 chavalitos
más, hablé también con una de las niñas, una de sus nietas. La
cosa es que eran como las once y pico de la mañana, esa hora era lo
más cercana al “infierno”, porque el sol empieza a pegar duro y
como en esa zona donde estábamos no habían muchos árboles ni nada,
pues el sol se hacía sentir con total libertad.
Hablé
con la señora lo más rápido que pude, porque después iba a pasar
una camioneta a buscar a todos los brigadistas y así nos íbamos
hasta el MINSA para después cada quien ir a su casa y después ir al
Instituto o cumplir con otros deberes. Teníamos nuestra rutina, pero
ese día, en esa casa, a esa hora, la nieta de la señora estaba
haciendo una sopa Maggie, les recuerdo que en esa casa bien humilde
habían como 20 nietecitos de la señora, una casa hecha a base de
láminas de zinc y plástico, el suelo de tierra, bien pobres todos y
la señora me dice: ¿No se quiere quedar a comer?, yo le dije
que no, que muchas gracias, que tenía que ir al MINSA y después al
Instituto a estudiar, pero que era muy amable, no me dejó terminar
de hablar cuando le estaba diciendo a su nieta mayor: echale más
agua a la sopa, el muchacho va a comer con nosotros.
No
recuerdo qué pasó después, no recuerdo si me quedé o si me fui o
qué pasó, pero no se me olvida esa escena y sobre todo esas
palabras de esa señora tan pobre, queriendo compartir lo poco que
tenía conmigo. Pareciera un cuento, pero no lo es.
Yo
tengo suerte la verdad, he conocido a mucha gente increíble que, de
alguna u otra manera, me han enseñado cosas bien importantes. Esa
señora me enseñó que no hay que tener gran cosa cuando uno lo que
quiere es compartir con los demás, ayudar a los otros y esa lección
de vida, banal para algunos, la tengo bien presente.
Nota:
Todas las imágenes fueron extraídas de internet. Ninguna es de mi autoría.