Jorge Vega
Estaba en su cuarto escuchando música y leyendo como de costumbre, cuando Francisco, el muevo chico del piso pasó y le sonrió, siguieron el diálogo del guión de los encuentros aunque sin tantos formalismos. No se vieron durante todo el día sino hasta pasada las 11 de la noche. Salieron con otros amigos, tomaron más que lo normal y hablaron de todo y nada. Luego se sentaron a solas y se confiaron secretos íntimos. ¡Increíble como pudieron hacerse amigos tan rápido!, tenían muchas cosas en común quizás o simplemente el destino les tenía planeado ese encuentro. Por el resto de la noche olvidaron sus nombres, costumbres, tabúes y se unieron como un colibrí a una flor, se amaron y al amanecer sus cuerpos estaban aún unidos, el primer impulso fue una delicada caricia en el cabello y espalda respectivamente. Esta mal enamorarse de alguien que no te corresponde, peor aún si sabés que está sólo de paso, ambos lo sabían, pero uno de los dos de arrancó los ojos y no veía más que con el corazón.
Pasaron juntos por cuatro semanas, viéndose unos días y evitándose otros. Sus encuentros fueron la mayor parte del tiempo por las noches, tiempo en el que los instintos renacían y les unía. Eran una especie de murciélago en busca de líquido para saciar su sed, uno dependía del otro, se necesitaban por las noches para matar de un golpe certero la monotonía y la soledad.
El recuerdo más lindo para ambos fue la última noche que se vieron y bailaron hasta el amanecer. Los últimos besos y abrazos, todo anunciaba el fin de su estadía, su partida era inevitable y así ocurrió. Se fue y no regresó más. Dicen que se casó en un país del norte y vivió feliz por mucho tiempo y cuentan que cada vez que veía las fotos del chico de cabello largo, un dulce recuero se apoderaba de él y una sonrisa brotaba de su corazón.