
By: Jorge Vega |
Se buscan, se atraen y se juntan, así son los hombres de papel, siempre en busca del amor, aún a sabiendas que perderán su libertad, los colores y la sonrisa quizás.
Los hombres de papel salen de noche y liberan sus alas, pero al amanecer las vuelven a cerrar, las guardan y van por las calles respirando lo bueno y lo malo. Van con fe en lo desconocido o contado.
Los hombres de papel ya no lloran, son felices estando cerca, sonríen incluso al desenmascararse. La sonrisa gobierna en sus rostros, en sus dulces ojos, en sus almas.
Los conocí a los 15 y no los olvidé jamás. Conocí a muchos, pero sólo pude hablar y oler a unos cuantos.
Pero no todos los hombres de papel son de fiar, ¡No señor!, hay unos que te cortarían en pedazos si pudieran, otros que te rompen los brazos, las piernas e incluso el corazón.
Los hombres de papel no cambian mucho por dentro, pero por fuera la tripa les crece y las arrugas aparecen. Llegado ese momento, sufren y desean estar cerca del agua para perderse, pero no lo hacen, se quedan.
Los hombres de papel sonríen y sus sueños envejecen con ellos.
No desean regresar, sólo irse y volar por los aires de la libertad. Volar y morir o perderse y no regresar que da lo mismo al final.
Los hombres de papel juegan a la libertad. La libertad agoniza junto a los, cada vez menos invisibles y olvidados, hombres de papel.